Ayer iba camino del paraíso, ahora conocido como Pontevedra, y empecé a leer me arrastró como la corriente de un río la lectura de Futuro imperfecto de Xulia Alonso, publicado por Plasson e Bartleboom.
Hace unos días que murió Beatriz Sarlo, esa inmensa escritora y periodista argentina. En uno de los tantos vídeos que hay circulando por la red, Beatriz afirma que la inteligencia es de quienes contemplan la posibilidad de contradecir sus propias convicciones. Empecé el libro con la mirada del niño repelente que fui, pensando: uy, ¡qué contrario esto y aquello a lo que me he escuchado en los talleres de escritura! Y en un instante, sin darme cuenta, estaba siguiendo el consejo de Beatriz Sarlo: me desactivé para caer rendido al pulso narrativo de la autora. Señoras, señores, quince páginas me duró la tontería.
Xulia narra cómo fue descubrir que Nico, su pareja, y ella eran portadores del VIH, después de unas pruebas que les habían solicitado en el centro de desintoxicación al que habían decidido entrar con el apoyo de sus familiares. Los resultados venían desde unos laboratorios de Francia, donde comenzaban a investigar en profundidad la epidemia que se extendía sin control. Era 1985. Mil novececientos ocenta y cinco. 1985. El año que marcó sus vidas.
Lo que se desvelaba en las primeras páginas y que parecía difícil de sostener en las siguientes 240 siguientes se vuelve un material compulsivo para el lector y se nos va revelando como novela de adicción, historia de amor, carta a la hija y memoria, llevándonos por los recovecos más oscuros y luminosos de nuestro ser.
La narradora escribe con una urgencia y una verdad tan profundas que la literatura se expande por caminos fértiles. ¡Qué difícil leer esta historia desde la paternidad! ¡Y qué regalo al mismo tiempo! Contar con este testimonio es un recordatorio valioso de que lo más importante está en la respiración: ese mecanismo automático que pasamos inadvertidos cada día y que supone el milagro más grande del que somos testigos.
El final del libro me vació por completo. Un par de párrafos y unas líneas finales que no voy a olvidar en muchísimo tiempo. Pienso en Lucía, la hija de Xulia y Nico, y pese al dolor profundo de la ausencia, siento que tiene mucha suerte. Su madre no sólo capeó el temporal, si no que construyó un refugio para que su padre siguiera con ellas. Y ahora también con todos los que hemos leído su historia. Si no saben qué libro pueden regalar estas navidades, regalen la sabiduría de Xulia.
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