Podrías hacer de esto algo bonito
y dejarnos desayunar juntos, por lo menos, una vez al mes.
Hace unas semanas, Inés Martín Rodrigo le decía por X (¿O ya estamos todos en Bluesky?) a las chicas de Punzadas que tenían que leer “Podrías hacer de esto algo bonito” de la poeta norteamericana Maggie Smith. Mientras me anotaba la recomendación me sentí el vecino que no tenía que escuchar conversaciones ajenas, un cotilla. El título me recordó a mi abuela, que siempre tenía algún refrán a mano. Cuando me veía triste, decía: “De la mierda nacen flores”.
Días después, Carlota y yo tomamos un tren hacia Pontevedra para pasar el fin de semana en casa de su madre. Por momentos, nos sentimos instalados en un resort: cocinaban para nosotros, descansábamos un poco más, Manuela aparecía con el pañal limpio por arte de magia. No, no era ningún truco, era la ayuda de mi suegra. Sin planearlo, surgió un ritual que no supimos rechazar: Cada mañana, mi suegra cuidaba de Manuela y nos invitaba a zarpar del hogar en busca de un desayuno de novios, sin hija. Justo al irnos, nos pareció extraño. Segundos después, un idilio. Ahora, soñando con repetir.
En uno de esos días, después del café y las tostadas en Misto, nos fuimos a la librería Cronopios. Sobre la mesa de la entrada, un Asteroide rosa-coral me guiñó el ojo. No pude resistirme. Dudé sobre si se uniría a los cincuenta libros comprados este año, expatriados entre el salón, la cocina y el dormitorio en distintas pilas, como juguetes de Toy Story esperando su turno.
Lo cierto es que, una vez abierto, no pude parar de leer. En este libro-diario-cuaderno-ensayo-puzzle la narradora nos cuenta cómo reconstruyó su lugar en el mundo tras la ruptura de su matrimonio. Ese desplazamiento afectivo fue duro, mucho, hasta que poco a poco pudo recobrar una identidad que casi había olvidado. Tal vez la red familiar tuvo que ver en que devorase el libro en unos días, pero también, estoy seguro, la fuerza de la prosa (¿o debería decir la poesía?) de Maggie me conmovió profundamente.
Antes de esta novela, había leído otras historias en las que, a partir de experiencias muy feas, nos terminaban llevando a un lugar luminoso. Sin embargo, “Podrías hacer de esto algo bonito” fue una lectura epifánica. Imaginar a la autora escribiendo esas palabras, armando una estructura, buscando sentido a la experiencia vital para trasladarla al papel, se me reveló como un gesto que iba más allá de lo estético. Mientras Maggie cuidaba de sus hijos, arreglaba los papeles del divorcio y sobrevivía como freelance, no dejó de escribir un caos de fragmentos que no sabía cómo iban a encajar. Más de una vez pensó abandonar. Las amigas la animaron a no desfallecer. Me la imagino robándole horas al día, escribiendo una frase y luego otra y otra más. Y esas palabras, las oraciones que yo tenía delante de mis narices, impresas en papel, no eran sólo algo bonito. Eran el tiempo de Maggie: una semilla florecida. Eran sus lágrimas. Eran sus incertidumbres. Eran sus noches sin dormir. Eran sus temores. Eran un montón de escombros que se habían convertido en literatura. Ya lo decía mi abuela.
NOTA: Galicia calidade. Hay que decirlo más.
Qué bonito esto. Yo descubrí el libro de la misma forma.
¡Gracias, Alba! Los cotis de Twitter <3